Érase una vez una niña tan rubia y amable que los muchos lobos de la plana del Rosselló andaban buscándola por todas partes para zampársela. Ahora bien, un día de enero de 1622, la niña decidió traer unos quesos de Normandía a sus tíos, y no a la tatarabuela que se había encerrado por miedo a unas enfermedades incompatibles con el consumo de productos lácteos. Lo cierto es que sabía que tendría que cruzar una dehesa yerma sin principio ni fin. Y sabía también que, por muy deseosos que fueran los lobos, eran estúpidos y no se fijarían más que en una caperucita roja. Así que se vistió y se calzó de negro y ¡zas! de los lobos feroces huyó.