Nadie me había hablado tan acertadamente
del silencio entre los seres. Ni de la
desilusión que entrañan las palabras.
Tú lo hiciste, preciosa desconocida, en
una frase y varios blancos. Amante de las
palabras, impertérrito parlanchín, empecé
por rechazar tu opinión. Y ésta, poco a poco,
se me entró en la garganta y me cuestionó cada
una de las pocas certidumbres que suelo albergar.
Me detuve. No te miré a los ojos pues hasta no sé
que los tienes ni de qué color son. Pero me dije,
a ciencia cierta y en total desconcierto: nos estàs
hablando del silencio con palabras. Pues: el silencio
no es muerte. Son palabras suspendidas en vilo y que
esperan una buena sazón para caer suavemente a tus labios.