A la memoria de L.
No pudiste morir. Porque te mataron.
O porque te mató uno. Uno de ellos.
Un día, una noche lóbrega de noviembre.
Me acuerdo de las últimas filas del cine
y de esas películas profundas, explicadas
al oído, mientras aprendía de tu boca
y de sus gestos la vida, la vida sencilla,
al otro lado del océano. No pudiste morir...
De hecho no has muerto. En mí sigues viviendo.