De ti el amigo común me habló,
despacio, con fuego en la mirada,
me alabó la inteligencia de tu trato
y el conocimiento de la otra lengua que
estamos compartiendo, día tras día.
Era tarde, muy tarde, estábamos arrinconados
contra la puerta de cristal, improbables porteros
de una noche sin límite. No dejé de interrogarle:
¿Cómo puede surgir y vivir a sus anchas una amistad
entre personas que no se conocen ni se conocerán nunca?
A nuestro lado, una pareja italiana dejó escapar una
preguntita sin relación aparente: «Chi lo sa?». Pensé
en los buques anchos cargados de semillas ultramarinas
y en los panes que aquí se comen sin conocimiento alguno
del lugar de origen de la vida sencilla, la vida placentera.