Me quitaste la almohada
de encima. A aquellas
alturas de la noche,
me había dormido hondo,
soñando con las angelitas.
Te metiste a mi lado,
nos acariciamos, la noche
sabía a aurora y naranja
recién cortada, rezumando
zumo, vida y sangre. Dejamos
de hablar, dejamos la palabra
a las manos, a las piernas,
a las bocas hambrientas. Saliva
con olor a pino silvestre, a
hojarasca recién pisada.
¿Cuánto tiempo duró?
No te lo podría decir.
¿Una hora, unos minutos
o una vida despejada
pero nunca desesperada?
Quédate dormida, que me vuelo.