Me hiciste cambiar de lengua,
por unas palabras, unas horas,
unas caricias en el papel.
Me callé y me puse a escribir.
De otra forma. Como si me hubiera
vuelto zurdo. De golpe. Latidos.
Lentos. Palabras ajenas que se hacen
tibias según avanzan las horas. Últimas
en Barcelona, primeras en nuestra amistad.