Entre dos lenguas nuestras,
escogí una tercera, porque
te ibas durmiendo, rendida
por la vuelta al trabajo y
los quehaceres de un lunes
de casi otoño. Me dijiste
«Bonne nuit !», te contesté
lo mismo y la lengua tercera
me invitó a sentarme cómodo
para escribirte, cosas nimias,
tan tiernas como la sonrisa
milagrosa de un niño al salir
del colegio, el último día del
curso. No fue un día cualquiera,
fue un día de estima. Muy repetible.