Un día me rozaste el hombro,
izquierdo, y me abrazaste con
tanta fuerza que me olvidé.
Ahora que el invierno cobra
fuerza en la alcoba anacarada,
lejos de ti, pienso en el roce
ligero y en las huellas que,
delicadamente, casi sin quererlo,
me imprimiste, profundamente.