Me enviaron un poema breve, armonioso,
con nostalgia de unos paisajes ya remotos.
Lo leí varias veces, para dar merecidas gracias
a quien lo escribió y mandó. Cada vez chocaba
con una palabra desconocida, que ningún diccionario,
al alcance de la mano, pudo desvelar. Mejor.
Las palabras desconocida, entre lengua y discurso,
hacen todavía más necesaria la presencia de quien
las utilizó. Un poco como esos pescados fritos de
nombre estrafalario que uno espera para veranear.