A T.M. y P.G.
Me lo confesó. Sin decírmelo.
Sabor de la juventud compartida
a orillas del mar, mientras
los pescadores, con parsimonia,
recogían sal de las rocas.
Me lo confesó tu compañero de
años, como para eximirme de un
pecado grave. Me había equivocado
al escribir tu apellido. Por cierto,
las iniciales permanecían iguales,
como de copyright, «TM», i tu nombre,
marseano, que él suele abreviar en «Tere»
no había cambiado. Pero, de «Moreno»
pasaste a «Muñoz». ¿Por qué diablos?
Pues no lo sé. Cosas de mi catalán guasón.
Pasamos horas juntos, en torno a la página
web de la Casa Olivia o delante de un Bayleys
mientras escuchábamos al amigo Arturo tecleando
nuestros años de locuras placenteras. Me contó
cosas de ti, pocas, profundas, i ya sabía que,
al hacerlo me redimía de mi culpa i me devolvía a
aquellos años de finales de los setenta que
convivimos los tres sin nunca encontrarnos de carne
y hueso. De Serrat, no me habló ni le dije nada. Pero
ya sabía que, para él, tu nombre sabía a hierba. Buena.